Sentimientos

RIMAS VII a XII 


VII - Dejé la luz a un lado ... 
VIII - Me ha herido recatándose en las sombras, 
IX - Alguna vez la encuentro por el mundo 
X- Olas gigantes, que os rompéis bramando
XI - Al ver mis horas de fiebre
XII - Cerraron sus ojos


VII 
Dejé la luz a un lado, y en el borde 
de la revuelta cama me senté, 
mudo, sombrío, la pupila inmóvil 
clavada en la pared. 
¿Qué tiempo estuve así? No sé; al dejarme 
la embriaguez horrible del dolor, 
expiraba la luz y en mis balcones 
reía el sol. 
Ni sé tampoco en tan horribles horas 
en qué pensaba, o qué pasó por mí; 
sólo recuerdo que lloré y maldije 
y que en aquella noche envejecí. 


VIII 
Me ha herido recatándose en las sombras, 
sellando con un beso su traición. 
Los brazos me echó al cuello y, por la espalda, 
partióme a sangre fría el corazón. 
Y ella prosigue, alegre, su camino, 
feliz, risueña, impávida. ¿y por qué? 
Porque no brota sangre de la herida... 
¡Porque el muerto está en pie! 


IX 
Alguna vez la encuentro por el mundo 
y pasa junto a mí; 
y pasa sonriéndose y yo digo: 
" ¿Cómo puede reír?" 
Luego asoma a mi labio otra sonrisa, 
máscara del dolor, 
y entonces pienso: ¡Acaso ella se ríe 
como me río yo! 



Olas gigantes, que os rompéis bramando, 
en las playas desiertas y remotas: 
envuelto entre las sábanas de espumas, 
¡llevadme con vosotras! 
Ráfagas de huracán, que arrebatáis 
del alto bosque las marchitas hojas: 
arrastrado en el ciego torbellino, 
¡llevadme con vosotras! 
Nubes de tempestad, que rompe el rayo, 
y en fuego ornáis las desprendidas orlas : 
arrebatado entre la niebla oscura, 
¡llevadme con vosotras! 
Llevadme, por piedad, a donde el vétigo 
con la razón me arranque la memoria... 
¡Por piedad!... ¡Tengo miedo de quedarme 
con mi dolor a solas! 


XI 
Al ver mis horas de fiebre 
e insomnio lentas pasar, 
a la orilla de mi lecho 
¿quién se sentará? 
Cuando la trémula mano 
tienda, próxima a expirar, 
buscando una mano amiga 
¿quién la estrechará? 
Cuando la muerte vidrie 
de mis ojos el cristal, 
mis párpados aún abiertos 
¿quién los cerrará? 
Cuando la campana suene 
(si suena en mi funeral), 
una oración, al oírla, 
¿quién murmurará? 
Cuando mis pálidos restos 
oprima la tierra ya, 
sobre la olvidada fosa, 
¿quién vendrá a llorar? 
¿Quién, en fin, al otro día, 
cuando el sol vuelva a brillar, 
de que pasé por el mundo, 
quién se acordará? 


XII 
Cerraron sus ojos, 
que aún tenía abiertos; 
taparon su cara 
con un blanco lienzo 
y unos sollozando, 
otros en silencio, 
de la triste alcoba 
todos se salieron. 
La luz, que en un vaso 
ardía en el suelo, 
al muro arrojaba 
la sombra del lecho; 
y entre aquella sombra 
veíase a intervalos 
dibujarse rígida 
la forma del cuerpo. 
Despertaba el día, 
y a su albor primero, 
con sus mil ruidos 
despertaba el pueblo. 
Ante aquel contraste 
de vida y misterios, 
de luz y tinieblas, 
medité un momento : 
¡Dios mío, qué solos 
se quedan los muertos! 
De la casa en hombros 
lleváronla al templo 
y en una capilla 
dejaron el féretro 
Allí rodearon 
sus pálidos restos 
de amarillas velas 
y de paños negros. 
Al dar de las ánimas 
el toque postrero, 
acabó una vieja 
sus últimos rezos; 
cruzó la ancha nave, 
las puertas gimieron, 
y el santo recinto 
quedóse desierto. 
De un reloj se oía 
compasado el péndulo, 
y de algunos cirios 
el chisporroteo. 
Tan medroso y triste, 
tan oscuro y yerto 
todo se encontraba... 
que pensé un momento: 
¡Dios mío, qué solos 
se quedan los muertos! 
De la alta campana 
la lengua de hierro, 
le dio, volteando, 
su adiós lastimero. 
El luto en las ropas, 
amigos y deudos 
cruzaron en fila, 
formando el cortejo. 
Del último asilo, 
oscuro y estrecho, 
abrió la piqueta 
el nicho a un extremo. 
Allí la acostaron, 
tapáronla luego, 
y con un saludo 
despidióse el duelo. 
La piqueta al hombro 
el sepulturero, 
cantando entre dientes, 
se perdió a lo lejos. 
La noche se entraba, 
reinaba el silencio; 
perdido en las sombras 
medité un momento : 
¡Dios mío, qué solos 
se quedan los muertos! 
En las largas noches 
del helado invierno, 
cuando las maderas 
crujir hace el viento 
y azota los vidrios 
el fuerte aguacero, 
de la pobre niña 
a solas me acuerdo. 
Allí cae la lluvia 
con un son eterno; 
allí la combate 
el soplo del cierzo. 
Del húmedo muro 
tendida en el hueco, 
acaso de frío 
se hielan sus huesos. 
* * * 
¿Vuelve el polvo al polvo? 
¿Vuela el alma al cielo? 
¿Todo es vil materia, 
podredumbre y cieno? 
¡No sé; pero hay algo 
que explicar no puedo, 
que al par nos infunde 
repugnancia y miedo, 
al dejar tan tristes, 
tan solos, los muertos!