RIMAS I a VI
I - No digáis que, agotado su tesoro
II - Espíritu sin nombre
III - Los invisibles átomos del aire
IV - Cendal flotante de leve bruma
V - ¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable
VI - Su mano entre mis manos
I
No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.
Mientras las ondas de la luz al beso,
palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista;
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías;
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;
mientras la Humanidad, siempre avanzando
no sepa a dónde camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!
Mientras sintamos que se alegra el alma
sin que los labios rían;
mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas ;
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!
II
Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.
Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.
Yo soy el flecho de oro
de la lejana estrella;
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.
Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea;
yo soy del astro errante
la luminosa estela.
Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.
En el laúd soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas;
y, entre las ruinas, hiedra.
Yo atrueno en el torrente,
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago,
y rujo en la tormenta.
Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.
Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan,
me mezclo entre los árboles,
en la ardorosa siesta.
Yo río en los alcores,
susurro en la alta hierba,
suspiro en la honda pura,
y lloro en la hoja seca.
Yo corro tras las ninfas
que en la corriente fresca
del cristalino arroyo
desnudas juguetean.
Yo, en bosques de corales
que alfombran blancas perlas,
persigo en el océano
las náyades ligeras.
Yo en las cavernas cóncavas
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos,
contemplo sus riquezas.
Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.
Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean
y mi pupila abarca
la creación entera.
Yo sé de esas regiones
a donde un mar no llega,
adonde informes astros
de vida un soplo esperan.
Yo soy, sobre el abismo,
el puente que atraviesa;
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra.
Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.
Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso,
de que es vaso el poeta.
III
Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman;
el cielo se deshace en rayos de oro;
la tierra se estremece alborozada.
Oigo, flotando en olas de armonía,
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran... ¿Que , sucede?
¡Es el amor que pasa!
IV
Cendal flotante de leve bruma,
rizada cinta de blanca espuma,
rumor sonoro
del arpa de oro,
beso del aura, onda de luz;
eso eres tú.
Tú, sombra aérea, que cuantas veces
voy a tocarte, te desvaneces
como la llama, como el sonido,
como la niebla, como el gemido
del lago azul.
En mar sin playas onda sonante,
en el vacío cometa errante,
largo lamento
del ronco viento,
ansia perpetua de algo mejor;
eso soy yo.
¡Yo, que a tus ojos, en mi agonía,
los ojos vuelvo, de noche y día;
yo, que incansable corro y demente,
tras una sombra, tras la hija ardiente
de una visión!
V
¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable.
Es altanera y vana y caprichosa;
antes que el sentimiento de su alma
brotará el agua de la estéril roca.
Sé que en su corazón, nido de sierpes,
no hay una fibra que al amor responda:
que es una estatua inanimada... Pero...
¡es tan hermosa!
VI
Su mano entre mis manos,
sus ojos en mis ojos,
la amorosa cabeza
apoyada en mi hombro,
¡Dios sabe cuantas veces,
con paso perezoso,
hemos vagado juntos
bajo los altos olmos
que de su casa prestan
misterio y sombra al pórtico!
Y ayer... Un año apenas,
pasado como un soplo,
con qué exquisita gracia,
con qué admirable aplomo,
me dijo, al presentarnos
un amigo oficioso:
" Creo que en alguna parte
he visto a usted." ¡Ah! bobos,
que sois de los salones
comadres de buen tono
y andáis por allí a caza
de galantes embrollos,
¡qué historia habéis perdido!
¡Qué manjar tan sabroso
para ser devorado
sotto voce, en un corro,
detrás del abanico
de plumas y de oro!
* * *
Discreta y casta luna,
copudos y altos olmos,
paredes de su casa,
umbrales de su pórtico:
callad y que el secreto
no salga de vosotros.
Callad, que por mi parte
lo he olvidado todo.
Y ella, ella... ¡No hay máscara
semejante a su rostro!