Sentimientos

José-Luis Appleyard


El tiempo

Ya es ayer, pero entonces era siempre
un trasegar de horarios inmutables
desde la noche al sol.
Cada semana
era distinta e igual a la siguiente.
El niño desdeñaba el calendario
y su patrón reloj era el cansancio.
Edad sin equinoccios, sólo el tiempo
de ser feliz y entonces ignorarlo.
© Entonces era siempre (1963).


Vida

Y puede ser que el hombre
fulgiendo su inquietud de pasajero
haga un alto y se asombre,
pendiente del lucero,
ante la augusta voz del mensajero.
Y puede ser que mida
la distancia que va del sol al llanto
y que tase su vida
en lágrimas y quebranto
y con ellos rescate voz y canto.
Pero resta el camino,
resta el dolido sueño desandado
y molienda y molino,
amor desengañado,
no puede ser la gracia que ha soñado.
Porque las hojas viejas,
las que perdimos al azar del juego,
fingen ser las consejas
que nos refieren luego
cómo se hiela el alma junto al fuego;
Cómo el dolor acucia
cuando no está en nosotros retenerlo
y cómo nos ensucia
el sólo o tenerlo
y el no poder amar pudiendo serlo.
El pasado es un foso
cuya oquedad no llenan los acuerdos,
y el hombre, temeroso,
marchando a pasos lerdos
huyente está hacia él en sus recuerdos.
Del tiempo nada resta
salvo el total conjunto de una vida
y en esa eterna apuesta
perdemos la partida
porque es la suerte amante consentida.
No valen para ella
promesas ni lucientes juramentos;
sabiéndose tan bella
elude los momentos
que del amor se tornan instrumentos
y escapa a nuestras manos
con gracioso correr de fugitiva
y en vano la buscamos,
elemental y esquiva
huye y su risa vuelve y nos cautiva.
Y el hombre, pasajero,
transita su camino hacia la suerte,
desoye al mensajero,
la música no advierte
y alucinado abrázase a su muerte.
© El sauce permanece y tres motivos (1965).


Muerte

Si esta vida dura,
espasmo de dolor y de quebranto,
la senda más segura
y el más seguro canto
para tener el corazón en santo,
prefiero yo la huidiza
y tenue llamarada del deseo
que al lama inmortaliza
-hastiada de lo feo-
y la vuelve a la tierra como Anteo.
Así, abrazado a ella,
sediento manantial y pasajero
temblor de toda estrella,
podré morir primero
y al alba renacer con el lucero.
Porque huyendo se arriba
al origen de todo nuestro miedo
y es esta nuestra estiba
y un grotesco remedo
de lastre singular y gusto acedo.
Porque huyendo se llega
al centro de la vida que tenemos
y en esa dura brega
hallamos que perdemos
hasta el impulso inútil de los remos.
Y la sombra nos tienta
con el raso en su voz que es el misterio
y la mirada atenta
busca en su cautiverio
hender la inmensidad de un mundo serio,
para buscar la risa,
la oscura risa torpe de los labios
que cada viento triza
y llena los resabios
sediento al corazón de desagravios.
Hurgante hacia el mañana
me llego hasta el amparo del pasado
y en él se me desgrana
-antiguo y deseado-
el fruto que, inverniz, ha madurado.
En esta paradoja,
-constante de la vida y del destino-
el círculo no afloja
su cíngulo divino
y estrangula al futuro que no vino.
Por ello, vida dura,
espasmo de dolor y de quebranto,
terrible ligadura
que lleva hasta el espanto
ciñe el corazón y mátame en tu canto.
© El sauce permanece y tres motivos (1965).